Ayer se murió mi chucho. Sé que a muchos que se tomen la molestia de leer éste les parecerá un tanto cursi y ridículo pero déjenme decirles que cuando vino a mí, fue en un momento realmente importante de mi vida y por lo tal se convirtió en mi fiel amigo y compañero.
En verdad no sabía cuánto lo quería y lo importante que llego a ser. Cuando estuvo siempre fue el Oso y en ocasiones llego hasta estorbarme porque por estarlo cuidando o más bien dicho, no dejarlo solo para que con sus lamentos por mi ausencia no perturbara a los vecinos, me prive de algunas reuniones nocturnas o viajes de fin de semana con amigos a celebrar o festejar cualquier cosa. Eso me fastidiaba.
Mi amigo Oso se ponía feliz como cualquier perro de que regresara a casa. Y si 100 veces iba y venía, 100 veces festejaba mi regreso. Manifestaba su contento de que me sentara a comer a pesar de que nunca le día nada de la mesa y cuando llegábamos a donde se encontraba su comida, entendía que era su turno y me volteaba a ver como diciéndome, “VES… YA LLEGO TAMBIEN MI MOMENTO DE ALIMENTARME”. Era tal vez igual de melindroso que yo porque como no le gustaban las pelotitas rojas del concentrado las dejaba regadas por todos lados, cosa que me ponía como la chingada el tener que recogerlas porque de lo contrario me paraba en ellas y al desposolarlas hacían mucha más basura. Ahora las voy a extrañar.
Y la infinidad de veces que me daban altas horas de la noche en la computadora y se acercaba a mí a rascarme la pierna como diciéndome “PUCHIS MAESTRO, YA ES HORA DE ACOSTARNOS… MIRAME A MI BIEN PISCINAS EN EL SUELO… VONOS A LA CAMA HOMBRE” y yo solo le acariciaba la cabeza y le decía ya vamos maestro, esperame un ratito mas… lo que se convertía en otras dos horas.
O su eterno pleito con los gatos. Nunca cazo ninguno pero eso sí, los mantuvo alejados del techo y las gradas. Ladraba, ladraba y ladraba. Como estaba ya en un lugar de donde no podía pasar, el chingado gato se sentaba o a veces incluso se acostaba a verlo ladrar y él, fiel a su instinto y lo que se le enseño, ladraba, ladraba y ladraba y sencillamente seguía ladrando. En su impotencia entraba a buscarme diciéndome “NO VEZ QUE ESTE CABRON NO SE ALEJA, VAMOS COMO OTRAS VECES A ESPANTARLO HOMBRE… YA DEJA DE VER ESA TELEVISION Y AGARREMOS AL GATO” Pero don huevon se quedaba viendo la tele y solo un: No pasa nada Oso no pasa nada…. Y a la noche siguiente la misma historia.
Te voy a extrañar mi amigo, te voy a extrañar como hace rato no extraño a nadie y te prometo con estas lágrimas que si llego a tener otro perro, seré mas amigo para tratar de compensar el cariño que tú me diste y todo lo que de ti aprendí.
Adiós mi perro, adiós mi chucho, adiós Oso pisado… ADIOS MI AMIGO. YA TE EXTRAÑO.
Gracias mi buen Dios y a ti Vanessa mi amada esposa por permitirme la experiencia de conocer y querer a estas criaturas del Señor. Después del Oso ahora soy otro.